Me lanzo de cabeza en la capital,
sin prejuicio existente
a lo que me pueda encontrar,
y aunque lo intenté evadir,
siempre me hallo volviendo
a tu paladar.
Siempre es un placer
el arte de volver a amarte,
en cualquier recoveco
en cualquier esquina
en cualquier provincia,
Cádiz, Madrid, Sevilla;
en cualquier asunto de la vida.
Siempre es un placer
el arte de volver a amarte,
y por fin amanecer
entre gemidos escondidos
en el laberinto del caos
y las sábanas de sudor tejido.
Siempre es un placer
el arte de volver a amarte,
para abrir los ojos pasadas
las primeras horas del nacimiento del sol,
nuestras piernas formando enredaderas
y los labios aún húmedos por el crimen perpetuado;
la vida me da los buenos días.
Siempre es un placer
el arte de volver a amarte
en la pradera de Madrid,
en la ciudad que nunca duerme,
en la cama en que 2 almas,
y cuerpos,
deciden desnudarse.
Siempre es un placer
el arte de volver a amarte,
mas esta vez la despedida
parece algo más agria,
algo menos indefinida,
tal vez un poco comedida:
"Quizá no nos volvamos a ver."
Y aunque siempre es un placer
el arte de volver a amarte,
acaso deba dejar de levitar
en la utópica pompa
de los amantes suicidas,
donde se juntan de tanto en tanto
para cargar sus espaldas de efímera alegría.